domingo, 19 de abril de 2009

Relato Ganador (I)

Hoy cuelgo uno de los relatos ganadores escrito por Isabel Collazo (Isuky).
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Will dio media vuelta intentando cerrar los ojos y poder dormir con tranquilidad; pero fue imposible, el reloj del comedor dio las siete en punto de la mañana y acto seguido golpearon fuertemente la puerta de su habitación para indicar que debía levantarse.

A su lado, Horace dormía plácidamente con la boca abierta y las sábanas por encima de la pierna izquierda. “Qué inútil” pensó Will mientras se ponía de pie y se vestía lo más rápido posible. Estaba muy nervioso, quizás más que nervioso, aún no se creía que él, un don nadie sin apellido hubiera sido admitido en la prestigiosa Escuela de Combate. ¡Era genial!

Y ni siquiera las continuas burlas de Horace pudieron estropearle el momento, todo era perfecto, aprendería a combatir, lucharía con feroces enemigos y quién sabe, puede que conquistara a alguna joven princesa…

— ¿Por qué no?— Se preguntó gracioso sin dejar de sonreír.
— ¿Por qué no, qué? —Horace se rascaba su barriga mientras miraba con sorna al muchacho.
—Nada, no hablaba contigo.
—Genial, Will… Será mejor que te inventes amigos imaginarios cuando salgas ahí fuera y te aniquilen como a una cucaracha. — El joven comenzó a reírse sin parar señalando descortésmente a su compañero.
—Nadie ha pedido tu opinión, Horace.

Will terminó de ponerse el uniforme que la noche antes habían dejado en la habitación. Contaba con unos pantalones oscuros y una camiseta tan larga, que las rodillas le quedaban escondidas, y además, les habían dejado la primera funda de la espada que tendrían que ganarse. Aún no entendía muy bien el procedimiento de todo el curso, pero no importaba, seguro que pronto lo haría y entonces, no habría Horace que lo parara.

Ambos chicos bajaron las escaleras hasta llegar a la planta principal, donde a mano derecha estaba el comedor. Allí debía de haber unos cientos, seguramente más, de chicos y chicas, todos ellos con sus respectivos uniformes, algunos eran blancos, otros azulados, y por último, le pareció ver que había unos de distintos tonos de verde. Sea como fuere, aquello era increíble.

El desayuno transcurrió sin más: Will apenas probó bocado, pero eso no le impidió que sus nervios volviesen a salir a flote justo. Jenny comprobaba divertida que su amigo no podía estarse quieto, y pensar que dentro de apenas cinco minutos ese mismo chico que no podía tener quieto el tenedor en la mano saliera al campo de batalla para entrenarse, le hacía reírse aún más. Pobre Will. En verdad él quería formar parte de la Escuela de Combate, pero tenía que admitir que era un flojo, era muy escuchimizado para su edad y ni siquiera podía levantar casi una silla un palmo más allá de su cabeza.

Pero daba igual, Will tenía ganas, tenía fuerza interior, al fin y al cabo eso es lo que luego sale al combate. Jenny suspiró y siguió jugando con la comida. Ella tampoco tenía mucho apetito. Al contrario que Horace que no dejó de probar bocado.

Al instante, el barón apareció por la puerta principal y le echó un rápido vistazo a todo el comedor, especialmente a ese muchacho de la esquina que no dejaba de temblar y cuyos ojos marrones estaban hasta temblorosos.

— ¡Bien! Por favor, levántense y síganme, hay un entrenamiento que comenzar. —Anunció el hombre a todos sus nuevos discípulos, que próximamente serían caballeros hechos y derechos, o al menos, un buen puñado.

Will dejó caer el tenedor encima de la mesa y al instante corrió hacia donde sus compañeros esperaban para una nueva vida llena de golpes seguramente, pero con un futuro de combates.
Al salir fuera, a todos les deslumbró el gran sol que se alzaba en el horizonte y que no dejaba de espiarlos entre unas pequeñas nubes.

—Por favor, divídanse en dos grupos y cojan cada uno una lanza. — Ordenó el barón, el claro jefe de aquella manada de chicos deseosos de empezar a luchar. — Para dirigiros a mí, tendréis que utilizar la palabra señor o barón, ¿entendido?
—Sí—. Gritaron algunos algo tímidos.
— ¿Cómo?
—Sí, señor— Contestaron todos al unísono.
—Mejor. Bien, empecemos… El arte de luchar… Creo que no tiene mucha explicación, ¿verdad? Aquí aprenderéis cómo lucha un verdadero guerrero, podréis convertiros en uno— Explicaba mientras caminaba entre los chicos. Se detuvo para mirar fijamente a Will—, si de verdad lo deseáis. — Will tragó saliva al ver los ojos del barón tan cerca de él. Una vez se fue, respiró aliviado. — Primero… Lucharéis entre vosotros para que yo vea cómo estáis preparados. Os enseñaré un par de movimientos y tendréis que utilizarlos. Para ello necesito un voluntario.
—Yo, señor.
—No, señor, yo.
—Señor, estoy a su disposición.
—Tú— El barón alzo el dedo y apuntó firmemente a Will, quien había permanecido callado y escondido lo más posible— ¿Will, no?
—Sí, sí, señor.
—Acércate. Rápido.

Will corrió lo más rápido que pudo y se colocó al lado del barón, quien cogió su lanza y posó su mano izquierda en el hombro del muchacho.

—Bien, lo primero que tenéis que saber es que un luchador siempre está alerta. ¿Estás alerta, Will?
—Sí, señor.

En apenas unas décimas de segundo, la lanza que antes portaba el barón se vio cruzada entre las piernas del joven, que recibió un fuerte golpe en el costado al tirar el barón del palo y empujarlo con él. Will intentó no caerse al suelo, pero le fue imposible debido a la potencia de aquel gesto, así que no esperó más y se desplomó sobre el sucio barro, dejando que su cara se manchara de hierba y tierra.

Cientos, miles, millones de carcajadas acompañaron al momento. Si no conociera que era imposible, hubiera jurado que hasta las estatuas del recinto se reían de él.

—No estabas en guardia, Will.
—Ni en guardia ni limpio. —Gritó Horace, provocando que todos sus compañeros se rieran del pobre chico.
— Levántate, Will sin apellido. Aquí no darás pena.
—No pretendo darla, señor. — contestó malhumorado. Sus ojos eran fuego de furia. Se levantó ayudándose de su rodilla como apoyo, pero al momento se encontró de nuevo en el suelo, rozando la suciedad del mismo. El barón le había propinado otro golpe, este de menor fuerza que el anterior, pero ni siquiera le había dado lugar a defenderse.
—Vamos, Will. ¿No querías entrar en la escuela? ¡Ya estás en la escuela! ¡¡Levántate y lucha!! Aprende, aprended todos—Dirigió su mirada hacia el resto de los jóvenes que admiraban el combate con gracia—, esto no es un juego.

Will permanecía en el suelo, sangrando por la nariz, tenía que levantarse, tenía que derrotar, o al menos intentarlo, al barón. Tenía que demostrar quién era. Una fuerza empezó a brotar de su interior, cerró los puños. Estaba harto de que se burlaran de él, no, ya estaba bien.

—Ya basta…—Susurró— Ya basta.
— ¿Cómo dices? Vamos, Will sin apellido.
—He dicho que ya vale. — Se levantó por segunda vez y agarró fuertemente la lanza, haciendo que el barón la soltara, la levantó todo lo que pudo y la dejó caer con toda la fuerza sobre el cuerpo del hombre. Pero éste la detuvo con un simple gesto, cogió la muñeca del chico, la retorció con odio y lo volvió a lanzar al suelo, esta vez propinándole un dolor intensamente mayor que el otro.
—No, Will, no te esfuerces. Tú no puedes estar en esta escuela. Eres demasiado flojo.
—Si ya se lo decía yo, señor. — Horace dio un paso al frente y se puso serio, pero cuando vio a lo que parecía ser un joven lleno de barro y hierbas, no pudo evitar reírse.
— ¡A callar, Horace! Ven aquí, es tu turno. Y tú, Will— Se acercó a él y lo levantó con la mano derecha— vete a darte una ducha y a la enfermería a que te curen la nariz. Pero antes, forzudo, dedícate a cargar con todos esos kilos de paja, quiero que el campo quede reluciente. ¡Continuemos!

La enferma le había dicho que se tumbara un poco, pero no hizo caso. Una vez comprobó que ya no sangraba, se fue directamente a la ducha, necesitaba tomar un baño. El encargo del barón lo había dejado sin fuerzas, había estado cargando paja durante más de dos horas, viendo con recelo cómo el resto de sus compañeros practicaban, entrenaban y mejoraban. Y él no.

Se despojó de sus ropajes y dejó que el agua fría recorriera su cuerpo, lleno ahora de cardenales y moratones. El barón se había pasado con él, no era un guerrero, era un muchacho, había sido demasiado duro con él.

O también significaba que él era un flojo. Todo el mundo se lo decía, esa escuela no había sido apta para él. Tendría que haber cambiado, que haberse negado a presentarse a las pruebas.
No tenía las cualidades específicas para ser un gran guerrero.

—Ni ahora, ni nunca— suspiró dejando escapar unas lágrimas.

Y entretanto, un día más pasó en su vida sin una pizca de alegría…

1 comentario:

Fulanita De Tal dijo...

Oooooooooooh
Es buenísimo, me ha encantado. Me ha parecido muy entretenido.