jueves, 23 de abril de 2009

Relato ganador (II)

Este el el otro relato ganador, escrito por Eva Rubio.
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Un día maloliente

Jenny ya había desaparecido tras la gran y protuberante barriga del cocinero del castillo, ahora sólo estaba él en medio de la sala, incapaz de mediar palabra de agradecimiento ante el extraño montaraz. Gracias a la intervención de éste entraría a formar parte de la Escuela de Combate. Las piernas comenzaron a temblarle, tanto, que temió quedar en ridículo allí mismo ante todos los maestros y su señor pero, de repente, fue consciente de un hecho. Los maestros se habían dado la vuelta y comenzaban a regresar a sus casas saliendo a través de la puerta por la que habían entrado. Will mantuvo la respiración incrédulo. ¡Se habían olvidado de él! Todos excepto el montaraz, que se acercó unos pasos y agachándose le miró directamente a los ojos; esbozó una comprensiva sonrisa y le revolvió el pelo.

—Tienes la sangre de un héroe y por ello la maldición de la soledad —le dijo con tono animoso. Después, se giró y salió casi sin ser visto entre la multitud, escondido bajo su larga capa.
***

Horas más tarde Will yacía tumbado sobre su lecho, arropado por una vieja manta que le había dejado en herencia una de las criadas del castillo al morir. Estaba dentro de una gran sala, donde dormían todos los que pertenecían a la Escuela de Combate.

No podía quejarse del trato que había recibido hasta ese momento, era un huérfano sin pasado, pero eso no evitaba que se sintiese más consolado. Pensó en Horace, y el rostro sorprendido, casi celoso que había puesto al ver que alguien salía en su defensa. La sangre se le heló aún más, pues temía que éste aprovechara cualquier ventaja para aplastarle ante los otros aprendices.

Mientras seguía dándole vueltas a ello, sus pensamientos se fueron apagando hasta convertirse en determinación: Lucharía. Haría cuanto fuese necesario para no acabar con los morros en tierra, demostraría que él como los demás podía tener un futuro de héroe, como su padre. Sonrió para sí mismo convencido por aquella idea de poder antes de caer dormido.

—Despierta holgazán —Oyó una voz con gallitos y, después, notó una patada en el costal que le hizo abrir los ojos de golpe. Una mueca de dolor atravesó su rostro—. Ya era hora de que despertaras, huérfano.
—Te recuerdo que tú también lo eres, culo mosca —replicó enfurecido Will a Horace mientras se desperezaba soñoliento.
—Debería haberme ido sin ti para que te castigaran —le increpó su amigo. Un Will, ya más despierto, miró a Horace bajo otra luz.
—Tienes miedo de ir solo, ¿verdad? —Un silencio acompañó a la acertada afirmación de éste— Por eso me has despertado —Ante la sorpresa, Horace abrió bien los ojos, pero rápidamente se recompuso con un gesto furioso.
—¿Me llamas cobarde? Te recuerdo que fue gracias al ermitaño ese que te aceptaron aquí, yo fui elegido por el mismísimo maestro de la Escuela de Combate.
—Es un montaraz, no un ermitaño. Quizá el Maestro sir Rodney vio la cáscara perfecta para hacer su marioneta de trabajo, no me extrañaría que pronto terminases frotándole la tripa —se burló Will.

Justo en ese preciso momento, entró uno de los aprendices de mayor rango. Iba cargado con dos cubos de agua que, sin previo aviso, vació sobre la cabeza de los dos muchachos de una sola vez.

—Primera lección: Si faltáis al baño de la primera hora de la mañana, comenzaréis las tareas mojados de la cabeza a los pies —Sonrió en tono amigable antes de seguir—. Hoy he venido yo, mañana serán otros, y no saldréis también parados —Tras esta advertencia, Horace y Will se miraron el uno al otro preocupados. Hacía mucho frío en aquel lugar, y estando en pleno invierno como estaban, fuera no hacía mucho mejor. Salir al exterior en ese estado les supondría un buen resfriado e incluso la misma muerte. Se dieron la vuelta para cambiarse de ropas, pero el chico mayor les detuvo—. No, me temo que eso está prohibido. Deberéis secaros con el viento de las montañas como verdaderos guerreros. Así aprenderéis como evitar meteros de nuevo en líos —Will y su amigo volvieron a compartir una mirada no muy convencidos de lo último, pero aceptaron a regañadientes. Aquel chico debía rondar la veintena y, desde luego, no tenía aspecto de ser en absoluto un enclenque. Los fornidos músculos se le marcaban a través de las apretadas costuras de su camisa desgastada, que parecía pedir a gritos un arreglo; y su destacada altura le otorgaba una apariencia fiera. No convenía contradecir a alguien con semejantes características, podía suponer algo más que su expulsión de la escuela—. Por cierto, me llamo Yeral. Podéis llamarme Superior Yeral, o simplemente Yeral a secas. Aunque es probable que sólo por mi nombre no os conteste —les informó con voz cantarina. Will y Horace recordaron de pronto la molesta costumbre de Martin repitiendo frases o palabras cada vez que hablaba, no quisieron imaginar que aquel chico mayor que ellos también tuviera el mismo carácter que el secretario del barón Arald—. Seguidme, os llevaré al campo de prácticas.

Al cabo de unos minutos aparecieron ante una gran explanada sin una sola hierba, solo tierra y chicos separados por categorías que luchaban entre sí. Will tragó saliva, pero fue lo suficientemente cuerdo para no mostrar miedo. Contrariamente a él, su amigo sonreía complacido por la emoción. Apretaba con fuerza los puños y los labios, como si saboreara por adelantado lo que allí se desarrollaba. De repente, apareció ante ellos una hermosa chica vestida de pies a cabeza de guerrero. A su lado, no menos sorprendido, el Superior Yeral tragó saliva y se posicionó firme.

—Sasha, traigo a los nuevos —informó con voz exageradamente respetuosa. La chica, que no debía ser mayor que Yeral, le ignoró y pasó su inquisidora mirada por las ropas de los dos muchachos mojados y tiritando. Sus ojos se detuvieron unas milésimas de segundo en Will, quien apartó la mirada avergonzado.
—¿Qué es esto? —exigió apuntando a los dos chicos.
—Se despertaron tarde y la norma es…
—No me importan las normas…—le cortó al Superior Yeral—, sólo nuestros guerreros, y estos dos niños no son más que dos trapos recogidos del río. Sácales de aquí y llévalos a las letrinas. Que las limpien hasta que el olor desaparezca, esa será suficiente lección —concluyó dando por zanjada la cuestión. El superior miró a Will y a Horace con lástima.
—Ya habéis oído. Coged unos trapos y a frotar —Les dio unas palmaditas en la espalda de ánimo—, es mejor no contradecirla.

Cuando el Superior se alejó, Will miró a su amigo abatido.

—Al menos no pasaremos frío —dijo Will evitando pensar en su mal destino.

Su primer día en la escuela, y lo pasarían conociendo a todos sus compañeros por sus excrementos del desayuno. No, parecía que tendrían que comenzar desde cero a la mañana siguiente si es que no terminaban los dos vomitando toda la noche…y el resto de días que les estaba por venir…

2 comentarios:

Naru dijo...

Holaaa Rocy,

ya te he enviado aquello ;)

Un beso!

Rocy dijo...

Recibido y contestado Naru.

Gracias ^^